Wednesday, July 09, 2008

De Aquiles a Edipo: Similitudes y diferencias entre el héroe épico y el héroe trágico

II.2. El héroe épico.

“Decía además que la gloria era madre de los años. Esto dijo porque, como la vida de los hombres es breve, la memoria honrada de las cosas bien hechas por muchos siglos se extiende y permanece.”

Erasmo de Rotterdam.

El héroe épico es, fundamentalmente, un héroe guerrero. De allí que cuando se habla de este tipo de héroe se tenga en cuenta, por sobre todo, el valor: en este sentido, los griegos apreciaban el coraje en el combate; el valor personal era la areté. En su origen, la areté era el valor guerrero que distinguía al noble del no noble, y se demostraba por medio de la hazaña victoriosa;[9] es conceptuada, comúnmente, como “excelencia guerrera”.

La graneza del héroe épico radica en que al combatir arriesga su vida y, por ese hecho, el combate se convierte en una prueba esencial de su existencia.

Por lo corriente, el héroe épico posee habilidades sobrehumanas que le permiten levar a cabo hazañas extraordinarias y beneficiosas (lo que se conoce con el nombre de “actos heroicos”). Asimismo, satisface las definiciones de lo que se considera bueno y noble en su cultura de origen (en este caso, la griega). Por ello, se constituía en el ideal que todo griego trataba de alcanzar.

El código de valores incluye todas aquellas virtudes que el héroe debe manejar para llegar a ser un modelo de conducta para el pueblo que lo rodea. Cada héroe compone su código de valores según el tiempo y el espacio en que vive. Así, lo valores del héroe épico representaban los valores de la nobleza griega: eran la manifestación de la ética de la aristocracia de sangre. El código de valores del héroe épico griego estaba constituido, básicamente, por: el honor, la valentía, la lealtad el patriotismo y la piedad (o pietas, para los griegos).

Este código de honor poseía, para los griegos, un eje estructurante, por llamarlo de alguna manera, configurado por el espíritu agonístico o agonal: este no es más que un espíritu de competición, de emulación, dado por el deseo de ser el mejor, el primero. Esto conducía a que el móvil de la acción heroica estuviera orientado, casi siempre, a probar el valor y alcanzar la gloria: lo que verdaderamente mueve las acciones del héroe –aparte de hacer el bien y de dar el ejemplo, como postula Bauzá-[10] es el hecho de buscar ser inmortal a través de la fama.

La mayoría de los héroes –también los épicos, se sobreentiende- son transgresores, es decir, rompen con las normas impuestas, llegando a pasar el límite de lo prohibido. Al mismo tiempo, cumplen con un periplo (o recorrido) que les permite llegar a la apoteosis, debiéndose entender esta última como la purificación o transfiguración del héroe.

La época en la que los héroes de esta clase estuvieron presentes, y en la que se sitúan las historias de la mitología griega, se conoce, con frecuencia, como “Edad Heroica”,[11] que termina poco después de la Guerra de Troya, cuando los legendarios combatientes volvieron a sus hogares o marcharon al exilio.

II.2.1. Aquiles:

paradigma del héroe épico.

[...] ni regalos ni banquetes interesan a mi espíritu, sino tan sólo la matanza, la sangre y el triste gemir de los guerreros.”

Aquiles, en Ilíada, XIX, 213-214.

Aquiles constituye, sin duda alguna, uno de los máximos exponentes de la heroicidad apreciada por los griegos antiguos: como se apuntó en la Introducción, es una figura central de la Ilíada de Homero.

Aquiles era bisnieto de Zeus, hijo de Peleo, rey de los mirmidones –en Ftía, sureste de Tesalia-, y de la ninfa marina Tetis, hija de Nereo.[12]

De esta ascendencia se ufana el héroe en la Ilíada:

[...] yo me jacto de pertenecer al [linaje] del gran Zeus. Me engendró un varón que reina sobre muchos mirmidones, Peleo, hijo de Eaco; y este último era hijo de Zeus. Y como Zeus es más poderoso que los ríos, que corren al mar, así también los descendientes de Zeus son más fuertes [...].[13]

Con este factor ya cumple con una de las notas salientes de las figuras heroicas griegas: es un hemítheoi, mitad mortal –por su padre Peleo- y mitad divino –por su madre Tetis. Así, si bien era superior a común de los mortales, al igual que éstos la inmortalidad le estaba vedada, como consecuencia –justamente- de la porción humana de su naturaleza: en tal aspecto difiere de los dioses, que son inmortales.

En vinculación con esto, el mito menciona que cuando Aquiles nació, Tetis intentó hacerlo inmortal sumergiéndolo en un baño de fuego o en el río Estigia, pero olvidó mojar el talón por el que lo sujetaba, dejándolo vulnerable en esa parte del cuerpo.[14] Homero no hace referencia a esta pretendida invulnerabilidad en la Ilíada, aunque narra, sin embargo, que Aquiles es herido (pero no gravemente):

“Asteropeo [...] le arrojó [a Aquiles] a un tiempo las dos lanzas: una dio en el escudo, pero no lo atravesó porque la lámina de oro que el dios [Hefesto] incrustó en el mismo la detuvo; la otra rasguñó el brazo del héroe, junto al codo, del cual brotó negra sangre; mas el arma asó por encima y se clavó en el suelo, codiciosa de la carne”.[15]

Más tarde, Peleo entregó su hijo al centauro Quirón[16] -cuya morada se hallaba en el monte Pelión- para que se encargara de su educación. El centauro alimentó a Aquiles con médulas de jabalíes y osos y entrañas de león, para aumentar su valentía. Asimismo, le enseñó el tiro con arco, el arte de la elocuencia y la curación de las heridas: a los seis años, Aquiles blandía la jabalina y cazaba sin ayuda de perros, provocando gran admiración en Artemisa y Atenea. La musa Calíope, por su parte, lo instruyó en el arte del canto.

Calcas anunció, cuando el héroe tenía nueve años, que Troya no sería tomada si Aquiles no participaba en la lucha. El profeta Calcante, a su vez, predijo que a Aquiles se le daría a escoger entre una vida corta y gloriosa, o larga en años y anodina. Obviamente, si Aquiles elegía participar en la contienda entre aqueos y troyanos –como de hecho lo hizo- la primera opción –vida corta y gloriosa- sería la que se concretaría. Esta cuestión es varias veces sugerida en la Ilíada, pero Aquiles lo explicita muy bien ante la embajada enviada por Agamenón a su tienda:

“Mi madre, la diosa Tetis, de argentados pies, dice que el hado ha dispuesto que mi vida termine de una de estas dos suertes: si me quedo a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria, pero mi gloria será inmortal; y si regreso perderé la célebre fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá tan pronto.”[17]

También lo expresa bien en los siguientes pasajes:

“Zeus no les cumple a los hombres todos sus deseos; y el hado ha dispuesto que nuestra sangre enrojezca una misma tierra, aquí en Troya; porque ya no me recibirán en su palacio ni el anciano caballero Peleo, ni Tetis, mi madre; sino que esta tierra me contendrá en su seno”.[18]

“Ya sé que mi destino es perecer aquí [en Troya], lejos de mi padre y de mi madre”.[19]

La respuesta dada p Aquiles a este dilema es una nuestra más de su carácter heroico: elige combatir en Troya. Así, su grandeza no radica únicamente en su origen semidivino, sino también en conocer la disposición del Hado y enfrentarse “cara a cara” con ella. Es consciente de los que le espera, lo acepta, y ello, en sí, lo engrandece:

[...] me aguardan la muerte y el hado cruel. Vendrá una mañana, una tarde o u mediodía en que alguien me quitará la vida en el combate, hiriéndome con la lanza o con una flecha despedida por el arco”.[20]

Esta cuestión sirve también como testimonio del costado humano de Aquiles, que no es invulnerable. Esta idea se afirma aún más cuando surge la necesidad de que Hefesto forje para él, por pedido de su madre Tetis, un “escudo, casco, hermosas grebas ajustadas con broches, y coraza”.[21]

Cabe notar aquí –aunque resulte reiterativo- que si luchaba en Troya, moriría ante sus murallas, pero se aseguraría una gloria eterna superior a las de todos los demás héroe: esto es destacable dado que, como corresponde a todo héroe épico, Aquiles es un entusiasta de la gloria y la fama. Y de ello también brinda testimonio Homero:

Aquiles a Tetis]

“Así yo [...] yaceré en la tumba cuando muera; más ahora ganaré gloria y fama [...]”.[22]

“Y el Pelida deseba alcanzar gloria y tenía las manos manchadas de sangre y polvo”.[23]

“Y Aquileo los perseguía [a los teucros] impetuosamente con la lanza, teniendo el corazón poseído de violenta rabia y deseando alcanzar gloria”.[24]

“El divino Aquileo hacía con la cabeza señales negativas a los guerreros, no permitiéndoles disparar luctuosas flechas contra Héctor: no fuera que alguien alcanzara la gloria de herir al caudillo y él llegara segundo a la matanza”.[25]

Al respecto, debe considerarse que Aquiles ha sido estimado tradicionalmente como un héroe del kleos (gloria) y que esta deseo ferviente por la fama ha sido vista como una suerte de hýbris.

Por otro lado, es un héroe épico por su areté, que se manifiesta de manera evidente en sus incontables muestras de valor. El mito lo retrata como un denodado guerrero. Ello lo evidencia el uso de algunos epítetos y adjetivos de corte bélico, en la Ilíada, como por ejemplo: “asolador de ciudades”, “terrible y audaz guerrero”, “el de mayor porte entre los hombres”, “Aquiles, cual si fuese Ares”, “el más portentoso de los hombres”, entre varios otros. Es menester dejar en claro que sólo los integrantes de la nobleza griega eran depositarios de la areté: Aquiles era noble, por ser hijo de Peleo, rey de los mirmidones, como ya se vio. En una escena de la Ilíada, Patroclo exclama:

“¡Oh Aquileo, hijo de Peleo, el más valeroso de los aquivos!”.[26]

Asimismo, el río Escamandro le dice:


“¡Oh Aquileo! Superior a los demás hombres, lo mismo en el valor que en la comisión de acciones nefandas; porque los propios dioses te prestan constantemente su auxilio”.[27]

De lo dicho por el Escamandro se desprende que la valentía de Aquiles no sólo se debe a su cuna noble, sino también a que cuenta con el amparo de los dioses. De modo que se advierte que, en todo momento del periplo de este héroe, entran en tensión sus dos facetas o aspectos: el mortal y el divino.

Por último, se hace preciso referir a algunos rasgos de conducta comunes a la mayor parte de los héroes. En primer lugar, es menester hablar de la mênis aquilea, que la Ilíada adopta como tópico central:

“Canta, ¡oh diosa!, la ira del Pelida Aquileo; ira nefasta que numerosos infortunios a los aqueos causara, precipitando al Hades a tantas almas valerosas de héroes [...]”.[28]

No cabe mencionar la mênis sólo porque se una nota característica de todo héroe, sino también porque como consecuencia de ella Aquiles recupera su honor, es cierto, pero también se precipita, en cierto modo, el veloz desenlace de su vida.

Como resultado de su mênis, además, sufre increíblemente: el pathos del héroe se manifiesta por las lágrimas vertidas a causa de la muerte de su compañero Patroclo. Este pathos, en lugar de aminorar su cólera, la incrementa en grado sumo, y el héroe busca venganza: asesina al homicida de su amigo, y, producto de una mênis cada vez más intensa, profana el cuerpo de Héctor, mutilándolo. Promete no entregar el cuerpo a su familia y dárselo, en cambio, a los perros. En relación con esto, Apolo dice a los inmortales:

“[...] perdió Aquileo la piedad y ni siquiera conserva el pudor que tanto favorece o daña a los varones”.[29]

No obstante, cuando Príamo, padre de Héctor, va en secreto al campamento griego a suplicar a Aquiles por el cuerpo de su hijo, el héroe cede:

“Dispuesto estoy a entregarte el cadáver de Héctor [...]”.[30]

Renunciando a la cólera contra el cadáver de Héctor, Aquiles brinda un testimonio más de su heroísmo, ya que se destaca por su pietas (piedad).

A su vez, es dable apuntar que se produce un cambio o transformación de Aquiles a nivel espiritual (methânoia) producto de la toma de conciencia acerca de su error o hamartía (anagnórisis), deponiendo su ira. Dice:

“Desde ahora depongo la cólera, que no sería razonable estar siempre irritado”.[31]

Con respecto a la suerte de Aquiles después de la entrega del cadáver, Homero no menciona nada. No obstante, el mito explica que, luego de la muerte de Héctor, Aquiles derrotó a Memnón de Etiopía, a Cicno de Colona y a la guerrera amazona Pentesilea (con quien, en alguna versiones, tuvo también una aventura). Paris, hijo de Príamo, mató poco después a Aquiles,[32] clavándole una flecha en el talón (que pudo entonces haberse infectado fatalmente, y se dice que fue guiada por Apolo) o, en una versión más antigua, un cuchillo en la espalda cuando visitaba a Polixena, una princesa troyana. Parece que sus huesos fueron mezclados con los de Patroclo, y se celebraron los funerales. Aquiles es representado viviendo tras su muerte en la isla de Leuce, en la desembocadura del Danubio.

II.3. El héroe trágico.

“Estamos hechos para concebir lo inconcebible y soportar lo insoportable. Eso es lo que hace nuestra vida tan dolorosa y al tiempo tan inagotablemente rica.”

Arthur Schnitzler.

El héroe trágico choca contra un obstáculo que parece –y es- insalvable: lucha contra un poder velado de misterio, el destino, que, con o sin razón, aplasta casi siempre al que lo enfrenta. André Bonnard sugiere:

“Los hombres empeñados en esta lucha [contra el destino] no son ‘santos’, aunque confían en un dios justo. Cometen errores, y la pasión los extravía, son arrebatados y violentos, pero tienen grandes virtudes humanas. Hay en todos coraje, en algunos amor a la patria, o a la humanidad, en muchos amor a la justicia, y voluntad de servirla. Todos, en fin, tienen la pasión de la grandeza”.[33]

El héroe trágico combate contra los diversos obstáculos que se oponen a la actividad del hombre, y que estorban la libre expansión de su personalidad. Lucha para que no se cometa una injusticia, para que no ocurra una muerta, para que se castigue un crimen, para que los principios jurídicos prevalezcan sobre la ley del más fuerte, para que el misterio deje de ser misterio y sea justicia, para que la libertad de los dioses no lesiones al menos la libertad humana. En resumen, lucha para que el mundo sea mejor.

Cierta contradicción intrínseca inspira la lucha del héroe trágico: sabe que los obstáculos que se oponen a su acción son insuperables, y sabe, al mismo tiempo, que constituye un deber para él superarlos, si es que quiere, en verdad, lograr su plenitud y cumplir su vocación de grandeza. Sabe también que debe hacer todo ello por los demás, sin ofender la susceptibilidad de los dioses (némesis), y sin caer en hýbris.

El héroe trágico contituye un símbolo de la vida del hombre en su pinto cúlmine: es el hombre en el punto más alto de su ser –aunque limitado por su condición de ephémerios (“que sólo dura un día”)- y que corre, en consecuencia, el riesgo de encontrar la muerte, precisamente en el instante en que acaba de alcanzar la victoria.

El héroe trágico tiene un origen oscuro, ignoto, padres de etiología muy difusa.

El héroe trágico, así como el épico, posee un excelencia moral de acuerdo con los paradigmas de virtud de su contexto sociocultural. Sin embargo, a pesar de sus buenas cualidades, sufre en exceso o le acaece una muerte ignominiosa. Este sufrimiento (padecido por el propio héroe y por las personas que son cercanas a él) es consecuencia de una hamartía. Parecería que es precisamente por sus acciones nobles y admirables por las que el personaje comete hamartía y sufre terriblemente.

La muerte involuntaria –la conocida figura del phónos akoúsios- es también una circunstancia que normalmente le acaece a los héroes trágicos. Por esa hamartía o error reciben luego un castigo. El problema en al antigüedad radica en que esa acción no es realizada de manera consciente, sino en un estado de enajenación (o até). Esta enajenación o locura no brotaba, para los griegos, de su propio interior: siempre tenía procedencia foránea, y siempre provocada por algún ser superior (un dios).el héroe trágico experimenta, así, numerosos males cuya causa ignora: se trata del castigo por la culpa.

II.3.1. Edipo:

prototipo del héroe trágico.

[...] ¿quién más triste que tú podría oír llamar? ¿Quién por más salvaje ceguera se halla en el dolor, por un cambio de vida: quién?”

Coro, en Edipo Rey.

Edipo era hijo de Layo, rey de Tebas, de la dinastía de los Labdácidas,[34] y de Yocasta,[35] hija de Meneceo.

El mito revela –en relación con el pathos de este héroe trágico-que Edipo nación sellado por una maldición. Este anatema tenía su génesis en una acción de layo, cometida priori de la existencia de Edipo. Parece que Layo huyó de Tebas durante su juventud, dado que el reino había sido usurpado tras la muerte de Lábdaco. Se refugió luego en la corte de Pélope[36], donde concibió una pasión amorosa por Prísipo,elijo menor del rey, al que raptó sodomizó.[37] Pélope maldijo al corruptor de su hijo, deseándole que jamás tuviera hijos.[38]

Cuando murieron los usurpadores del poder de Tebas, Layo regresó a la ciudad y ocupó el trono, casándose con Yocasta. En apariencia, la maldición de Pélope se cumplió, dado que el matrimonio fue estéril durante un largo tiempo. Por ello, los esposos se dirigieron a consultar el oráculo de Delfos, donde la Pitia les hizo una terrible revelación: si llegaban a tener un hijo, este mataría a Layo. A este oráculo refiere Yocasta en Edipo Rey:

[...] en otro tiempo le llegó a Layo un oráculo, no diré de los labios del propio Apolo sino de sus ministros: que su destino sería morir en manos de un hijo suyo, de un hijo que nacería de mí y de él [...]”.[39]

Layo se vio muy perturbado por ese oráculo y se propuso no engendrar ningún hijo; pero una noche, perturbado por el vino,olvidó su prpósito, y Yocasta se embarazó. Al tiempo nación Edipo, como fruto de esa relación. Pero fue entregado por Yocasta a un pastor con la orden de asesinarlo. Sin embargo, el pastor se compadeció del niño y lo abandonó en el monte Citerón, con los tobillos atados con una correa y suspendido, así, a la rama de un árbol.[40] Allí fue recogido, finalmente, por Forbas –otro pastor-, quien lo llevó al palacio del rey de Corinto, Pólibo, que no tenía hijos. Este último, junto con su esposa Mérope, adoptó a Edipo y lo educó como si fuera su hijo.

Edipo creció. Siendo joven, se vio atosigado por las burlas que se le hacían por ser hijo de padres desconocidos. Agobiado por esto, se encaminó hacia Delfos a consultar el oráculo. Él mismo manifiesta la respuesta que obtiene en Delfos y cómo actúa producto de ella:

[...] Loxias me dijo que yo había de juntarme con mi propia madre, y que con mis propias manos había de derramarla sangre de mi padre; ésta fue la razón por la que, entonces, me alejé lo más que pude de Corinto, mi patria [...]”.[41]

Pero aquí surge una de las pecuaridades que hacen de Edipo un héroe trágico por excelencia: la inexorabilidad del destino, la infabilidad de las disposiciones de los Hados. Al huir de Corinto, lejos de los que él suponía sus padres biológicos, tomó la dirección contraria y se encaminó hacia Tebas.

Al llegar a una encrucijada, Edipo no vio que se acercaba un carro en el que viajaba Layo, quien, con arrogancia, le ordenó al héroe que dejara libre el paso. Edipo no se inmutó y las ruedas del carro pasaron por encima de sus pies.[42] Entonces, Edipo, enfurecido, se abalanzó sobre Layo, luchó con él y le dio muerte: fue la primera derrota de Edipo por parte del destino. Su mênis –aunque justificada por la altanería de Layo- lo llevó a cometer una hamartía: el asesinato de su padre (con lo que el oráculo comenzaba a cumplirse).

En este punto, es preciso percatarse de que la acción de Edipo sirve para la ejecución de uno de los rasgos distintivos del héroe trágico: el phónos akoúsios. Es ostensible que Edipo obra por ignorancia y comete un homicidio accidentalmente.

Tras la muerte de Layo, Creonte –hermano de Yocasta- ocupó el trono de Tebas, en un tiempo en que la ciudad era devastada por una esfinge enviada por los dioses, como castigo por la hamartía originaria cometida por Layo en la corte de Pélope. Al esfinge prponía un enigma a todos los tebanos que cruzaban la comarca, y devoraba a todos aquellos que no hallaban la solución. Edipo logró descifrar el enigma, dando muerte a la esfinge. Así lo refieren el sacerdote –al comienzo del drama Edipo Rey:

“[...] Edipo, que, llegado a esta ciudad, al punto la libraste del tributo que venía pagando a la dura cantora [...]”.[43]

Y el propio Edipo, cuando expresa:

“[...] el enigma no era como para que lo descifrara el primero que llegase, sino que necesitaba de adivinación [...]. Tuve que venir yo, Edipo, que nada sabía, y hacerla callar porque mi razón me llevó por buen camino [...]”.[44]

Creonte había prometido el trono de la ciudad y la mano de Yocasta a quien librase al país del yugo de la esfinge. Fiel a su promesa, Creonte entregó el trono tebano y a su hermana Yocasta a Edipo. En estos últimos eventos es dable advertir otros atributos propios de un héroe trágico presentes en Edipo:


Ø En principio, su inteligencia superior, que le posibilitó solucionar el enigma planteado por la esfinge.

Ø Luego, la recompensa que obtuvo por la victoria ante la esfinge: casarse con Yocasta y alcanzar el reino.[45]

Ø También, la imposibilidad que tuvo Edipo para evitar el cumplimiento del oráculo: al casarse con su madre verdadera (Yocasta) el Hado lo abatió casi por completo.

Ø Asimismo, su habilidad para descifrar el acertijo de la esfinge, la reina como premio, el trono de Tebas, despertaron el phtnónos theôn (“la envidia de los dioses”), que, en cierto modo, aceleró el final de Edipo, puesto que ella conllevaba, siempre, un castigo.

Ø Por último, resulta imperioso manifestar que, según Bauzá, “el parricidio y el incesto –según el imaginario fantástico de los antiguos- pasaban por ser acciones vituperables desde el punto de vista de lo humano, pero lícitas en el ámbito de los dioses con lo que Edipo, al cometerlas, no habría hecho otra cosa que poner de manifiesto el aspecto divino de su naturaleza”. Este componente divino de la personalidad de Edipo, se encuentra en correspondencia con la calidad de hemítheoi de que disponían todos los héroes, como ya se vio. Este punto se vincula con la genealogía de Edipo, que si bien es bastante difusa, posee una conexión con la estirpe de los inmortales.

En el drama Edipo Rey es posible reparar, además, en la mênis ascendente –por llamarla de algún modo- que posee Edipo, en paralelo con la develación de su origen. Así, por ejemplo, se lo observa encolerizado con Tiresias por su palabras, cuando grita:

“¡Si has de ser sinvergüenza, para poner en movimiento palabras como éstas!; y luego, ¿qué escapatoria piensas tener?”[46]

O cuando injuria al mismo adivino, diciéndole:

“[La verdad no tiene fuerza alguna] porque tú eres ciego, de ojos y también de oído y de cabeza”.[47]

Se evidencia también que, a pesar de su cólera, Edipo es un héroe digno al convocar a la temis (prudencia), y decidir, guiado por su pietas, que Creonte no sea asesinado sino, en cambio, desterrado:

“Que [Creonte] se vaya, pues, aunque haya de costarme hasta la vida o la honra, si con violencia soy arrojado de este país: me conmueven tus razones, que mueven a piedad, y no las suyas, pues a él, donde quiera que esté, yo he de odiarle”.[48]

Al principio de este apartado se señala que Edipo nació con una maldición. De hecho, así como Aquiles es apreciado como héroe del kleos, puede afirmarse, irrecusablemente, que Edipo es un héroe del pathos. esto es algo que se advierte desde un principio; cuando en Edipo Rey el sacerdote, para demostrar a Edipo que lo considera capacitado para enfrentarse a cualquier problema, le dice:

“Ni yo ni estos muchachos que estamos aquí suplicantes pensamos que seas igual a los dioses, pero sí te juzgamos el primero de los mortales en las vicisitudes de la vida y en los avatares que los dioses envían”.[49]

El sufrimiento de Edipo es inherente a su existencia: no puede hacer nada para remediarlo. Cuanto más cabal es el conocimiento que tiene acerca de su origen, mayor es su pesar. De modo que la búsqueda activa de su procedencia lo lleva a su verdadero destino: la aflicción absoluta. Confirmación de este pathos constitutivo son los siguientes extractos:

[Edipo, a Yocasta]

“¡Qué desconcierto, qué agitación en lo más hondo se acaba de apoderar de mí, después de oírte!”[50]

[Edipo, a sí mismo]

“¡Ay de mí, desgraciado! Me parece que las terribles imprecaciones de hace un rato las lancé, sin saberlo, contra mí mismo”.[51]

[Edipo, señalándose a sí mismo]

“Y, si este desconocido tiene algún parentesco con Layo, ¿qué hombre hay más mísero que éste en estos momentos? ¿Podría haber hombre más aborrecido por los dioses?”[52]

Luego de su agnórisis, reflejada en el pasaje consignado a continuación:

“¡Ay, ay! Todo era cierto, y se ha cumplido. ¡Oh luz!, por última vez hoy puedo verte, que hoy se me revela que he nacido de los que no debí, de aquellos cuyo trato debía evitar, asesino de quienes no podía matar”.[53]

Después de tomar conocimiento cabal acerca de su situación, Edipo se impone él mismo, como castigo por su ignorancia anterior, la ceguera, arrancándose los ojos, incrementando más aún su pathos.

Por lo demás, su destino está delineado desde siempre por los dioses, y él sabe que ante eso, no hay nada que pueda hacer:


“[...] no hay hombre que capaz fuera de forzar a los dioses en algo que no quieran”.[54]

Hasta aquí llega el drama sofocleo. Pero el mito propone que después del suicidio de Yocasta, Edipo es desterrado de Tebas, y empieza una vida errante, acompañado sólo por su hija Antígona.[55] Aparentemente, se dsencadenan ciertas transformaciones a nivel espiritual o psíquico en Edipo (methânoia) y termina convirtiéndose en sabio o adivino. Al cabo de penosas marchas, Edipo llega al Ática y muere en Colona. Su muerte se produjo envuelta en un halo de misterio: solo y sin guía, se adentro en un bosque y desapareció. Este hecho suele tomarse como una suerte de apoteosis o transfiguración de Edipo, convocado por alguna divinidad y aceptado como uno más en el reino de los Inmortales. Parece que Nietzsche tenía estaba en lo cierto: “Los hombres de más espíritu, suponiendo que sean los más valerosos, viven también, desde hace mucho tiempo, las tragedias más dolorosas; pero precisamente por esto honran la vida, porque ésta se opone a ellos como gran adversaria”.


CONCLUSIÓN.

De lo analizado en el cuerpo de este ensayo, entonces, se deduce que las figuras de Aquiles y Edipo presentan ciertas similitudes en cuanto a sus rasgos caracterológicos: los dos siguen un camino que va desde la hamartía, pasa por la hýbris, la mênis y el pathos, y concluye con una methânoia que conlleva una ulterior y postrera apoteosis. Hasta podría señalarse , en base a esto, que sus periplos son estructuralmente análogos. Ello encuentra su exégesis en el hecho de que, conforme a lo que apunta Bauzá, “este relato mítico -al igual que todo los mitos- [...] está construido sobre la base de motivos o patrones precisos y recurrentes”.[56] Constituyen, ostensiblemente, “esquemas inmemoriales”, en concordancia con lo que plantea Mann.

No obstante, Aquiles y Edipo son visceralmente desemejantes. La diferencia básica entre estos dos personajes “tipo” es su reacción ante la vida: el héroe épico –Aquiles- no tiene fisuras ni contradicciones: está resuelto a alcanzar gloria y fama, a ser el mejor en la batalla, a ser inmortal, en el sentido lato de la palabra, y lo logra; sabe quién es y lo que quiere; el héroe trágico –Edipo- se basa en la contradicción: comienza siendo un rey amante de su pueblo y respetado por él, y termina con un destino miserable. El héroe épico es, por su nacimiento o por su situación de vida, un ser que se aleja de los hombres para acercarse a los dioses. El héroe trágico es, por encima de todo, un hombre, con sus defectos y sus virtudes, pero un hombre al fin.

Si se conviene con Dodds, puede decirse que mientras que Aquiles pertenece a una cultura de la vergüenza –puesto que no recibe castigo por su hamartía, y es un héroe del kleos, de “lo aparente”-, Edipo se halla sumido en un cultura de culpabilidad –es un héroe del pathos, de “lo auténtico”, recibe un castigo de los dioses y por su sentimiento de culpa se arranca los ojos.

De lo anterior se entiende que las configuraciones particulares de ambos héroes son el resultado de algunas modificaciones en la cosmovisión del hombre griego. Al fin y al cabo. El mismo Bauzá explica también que el relato del héroe “no constituye un estructura cerrada, sino abierta y en perpetua metamorfosis [...].[57]

En la Ilíada, Aquiles dice: “¿No ves cuan gallardo y alto de cuerpo soy yo, a quien engendró un padre ilustre y dio a luz una diosa?”. En Edipo rey, Edipo exclama: [...] a mí me odian los dioses”. He ahí la disparidad esencial entre ambos héroes.

Para finalizar, es imperioso expresar que, sin duda, no está todo dicho con respecto a este tópico, más todavía si se tiene en cuenta que se encuentra directamente conectado con algo tan inestable, impredecible y, por ende, inabarcable, como es la naturaleza humana. Además, en el transcurso de la elaboración del ensayo surgieron nuevos interrogantes dignos de ser estudiados en el futuro. Este constituye nada más que un esbozo para intentar elucidar la estructura y la semántica intrincada de las figuras heroicas épica y trágica. Empero, puede servir, como disparador de esos trabajos en ciernes.

Bibliografía


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[1] BAUZÁ, Hugo Francisco. (1998). El mito del héroe; Morfología y semántica de la figura heroica. Buenos Aires Fondo de Cultura Económica (F.C.E.). P.

[2] Erwin Rohde: (Hamburgo, 1845 - Heidelberg, 1898) Helenista alemán. Alumno de F.W. Ritschl y amigo de F. Nietzsche, es autor de dos obras fundamentales para el estudio de la civilización y la literatura griegas: La novela griega y sus precursores (1876) y Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos (1890-1894).

[3] En su Manual de Historia y Cultura de la Grecia Antigua (Plus Ultra, Bs. As., 1979), Nelly López de Hernández, al referirse a las costumbres funerarias durante el período creto-micénico, expone que los antiguos dueños de los palacios, designados con el nombre cretense de heros (posiblemente “señor”) recibían un culto especial, como antepasados de las familias reinantes. Así nació, según parece, el culto de los héroes, que continuó más allá de las invasiones dorias.

[4] En su Manual de Historia..., López de Hernández comenta que ya desde la época micénica los hemítheoi adquirieron el carácter de potencias sobrenaturales, intermediarias entre los dioses y los hombres (P. 39).

[5] HOMERO, Ilíada, XII, 15-20.

[6] Los veintidós motivos se adjuntan en el anexo del trabajo que nos ocupa.

[7] BAUZÁ, Hugo Francisco. Op. Cit. P. 26. Nótese aquí que también por el tipo de culto, los dioses guardan distancia respecto de los dioses.

[8] Cfr. la nékya o evocación de difuntos que lleva a cabo Odiseo en el canto XI de la Odisea.

[9] En un principio, entonces, la areté se demostraba físicamente. Más tarde se consideró la espiritualidad.

[10] Bauzá propone que el héroe es un “ser singular, valorado por el móvil ético de su acción, orientada siempre a construir un mundo mejor, esfuerzo que a veces resulta utópico”.

[11] Véase, a este respecto: HAUSER, Arnold. (1980). Historia social de la literatura y el arte. Barcelona. Ed. Guadarrama. Cap. III: Grecia y Roma. 1: La Edad Heroica y la Edad Homérica.

[12] Zeus y Poseidón se habían disputado la mano de Tetis hasta que Prometeo, dios del fuego, reveló que si alguno de ellos se casaba con ella, engendraría un hijo más grande que su padre.

[13] HOMERO. (2004). La Ilíada. Buenos Aires. Ediciones Gradifco: Colección Roble/Plus. Traducción, estudio y notas de Sergio Albano. Canto XXI, v.v. 186-190.

[14] En una versión anterior y menos popular de la historia, Tetis ungía al niño con ambrosía, el néctar de los dioses, y lo ponía al fuego del hogar para quemar las partes mortales de su cuerpo. Fue interrumpida en estos quehaceres por Peleo, que arrancó con violencia al niño de sus manos y éste quedó con un talón carbonizado. Tetis, enfurecida, abandonó a ambos. Peleo sustituyó el talón quemado de Aquiles por la taba del gigante Dámiso, célebre por su velocidad en la carrera. De ahí que se nombrara a Aquiles como “el de los pies ligeros o alados” o“veloz en la carrera”.

[15] HOMERO. Op. Cit. XXI, 162-167.

[16] Peleo entregó a Aquiles junto con Patroclo.

[17] HOMERO. Op. Cit. IX, 407-412.

[18] HOMERO. Op. Cit. IX, 407-412.

[19] HOMERO. Op. Cit. XIX, 421-422.

[20] HOMERO. Op. Cit. XXI, 107-110.

[21] HOMERO. Op. Cit. XVIII, 458-459. Hefesto no fabricó la lanaza de Aquiles, puesto que no había sido entregada por el héroe a Aquiles. Esto debió ser así por el origen y las propiedades particulares de dicha arma.

[22] HOMERO. Op. Cit. XVIII, 113-115.

[23] HOMERO. Op. Cit. XX, 501-502.

[24] HOMERO. Op. Cit. XXI, 541-542.

[25] HOMERO. Op. Cit. XXII, 205-208.

[26] HOMERO. Op. Cit. XVI, 21-22.

[27] HOMERO. Op. Cit. XXI, 214-216.

[28] HOMERO. Op. Cit. I, 1-3.

[29] HOMERO. Op. Cit. XXIV, 42-44.

[30] HOMERO. Op. Cit. XXIV, 560-561.

[31] HOMERO. Op. Cit. XIX, 65-66.

[32] Como había predicho Héctor con su último aliento, quien dijo a Aquiles, en la Ilíada: “Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que Paris y Febo Apolo te harán perecer, no obstante tu valor, en las pertas Esceas”. (XXII, 357-359).

[33] BONNARD, André. (1970). Civilización Griega; De la Ilíada al Partenón. Buenos Aires. Sudamericana.

[34] Los Labdácidas eran “los hijos de Lábdaco”. Cadmo y Harmonía (hija de Ares y Afrodita) tienen varios hijos, como Sémele, la madre de Dioniso, y, sobre todo, Polidoro (polÚj = mucho y dîron = regalos). De Polidoro nace Lábdaco (“el de las piernas desiguales”, como la letra lambda (λ), es decir, "el cojo") y de él nacería Layo (l£ioj, "el zurdo" o "el torcido, el de conducta desviada").

[35] La versión homérica del mito de Edipo cambia el nombre de Yocasta ('Ioc£sth = “la que es famosa por su hijo") por el de Epicasta. Lo refiere Odiseo en su pseudo-katábasis: “También ví a la madre de Edipo, la hermosa Epicasta [...](Odisea, XI, 271).

[36] En la península a la que dio nombre, el Peloponeso.

[37] En cuanto a esta cuestión, cabe tener en cuenta que para los griegos Layo había sido el “inventor” de la homosexualidad masculina.

[38] Considérese que esta es nada más que una síntesis del mito, realizada con fines aclaratorios. Para acceder a una versión más acabada, puede consultarse cualquier diccionario mitológico.

[39] SÓFOCLES. (2004). Edipo Rey – Electra. Versiones completas. Buenos Aires. Longseller: Colección Clásicos de siempre. Joyas del Teatro. P.40.

[40] En otras versiones, el niño es abandonado en la montaña citada, o es puesto dentro de un cesto y lanzado al mar, y rescatado por pastores corintios, en el primer caso, o por la reina Peribea, en el segundo.

[41] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 50.

[42] Nótese el motivo de los pies: cuando nace Edipo, es mancillado por los pies, luego son aplastados por el carro.... El padre adoptivo del héroe, Pólibo (polÚj = mucho y boàj = buey), al ver el estado de sus pies, le puso como nombre Edipo (odšw = hinchar y poÚj, podÒj = pie).

[43] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 16.

[44] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 29.

[45] Es recomendable observar los motivos propuestos por Raglan, para notar el modo en que varios de ellos se cumplen en el caso de Edipo.

[46] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 27.

[47] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 28.

[48] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 39.

[49] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 16.

[50] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 41.

[51] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 41.

[52] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 44.

[53] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 57.

[54] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 24.

[55] Todos los hijos de Edipo –Etéocles (etšoj = bueno y klšoj = fama), Polinices (polÚj = mucho y ne‹koj = disputa), Antígona (¢nt… = en frente, en contra y gon» = nacida) e Ismena- soportaron un fin trágico, por el hecho de pertenecer a la estirpe de los Labdácidas.

[56] BAUZÁ, Hugo Francisco. Op. Cit. P. 4.

[57] BAUZÁ, Hugo Francisco. Op. Cit. P. 4.

*Pablo Garrido es alumno de 4 Año en el Profesorado en Lengua y literatura para E.G.B. 3 y Polimodal, Instituto de Nivel Terciario, Villa Angela, Chaco.(Trabajo presentado en el 2005)