De Aquiles a Edipo: Similitudes y diferencias entre el héroe épico y el héroe trágico
II.2. El héroe épico.
“Decía además que la gloria era madre de los años. Esto dijo porque, como la vida de los hombres es breve, la memoria honrada de las cosas bien hechas por muchos siglos se extiende y permanece.”
Erasmo de Rotterdam.
El héroe épico es, fundamentalmente, un héroe guerrero. De allí que cuando se habla de este tipo de héroe se tenga en cuenta, por sobre todo, el valor: en este sentido, los griegos apreciaban el coraje en el combate; el valor personal era la areté. En su origen, la areté era el valor guerrero que distinguía al noble del no noble, y se demostraba por medio de la hazaña victoriosa;[9] es conceptuada, comúnmente, como “excelencia guerrera”.
Este código de honor poseía, para los griegos, un eje estructurante, por llamarlo de alguna manera, configurado por el espíritu agonístico o agonal: este no es más que un espíritu de competición, de emulación, dado por el deseo de ser el mejor, el primero. Esto conducía a que el móvil de la acción heroica estuviera orientado, casi siempre, a probar el valor y alcanzar la gloria: lo que verdaderamente mueve las acciones del héroe –aparte de hacer el bien y de dar el ejemplo, como postula Bauzá-[10] es el hecho de buscar ser inmortal a través de la fama.
La mayoría de los héroes –también los épicos, se sobreentiende- son transgresores, es decir, rompen con las normas impuestas, llegando a pasar el límite de lo prohibido. Al mismo tiempo, cumplen con un periplo (o recorrido) que les permite llegar a la apoteosis, debiéndose entender esta última como la purificación o transfiguración del héroe.
II.2.1. Aquiles:
paradigma del héroe épico.
“[...] ni regalos ni banquetes interesan a mi espíritu, sino tan sólo la matanza, la sangre y el triste gemir de los guerreros.”
Aquiles, en Ilíada, XIX, 213-214.
Aquiles constituye, sin duda alguna, uno de los máximos exponentes de la heroicidad apreciada por los griegos antiguos: como se apuntó en la Introducción, es una figura central de la Ilíada de Homero.
Aquiles era bisnieto de Zeus, hijo de Peleo, rey de los mirmidones –en Ftía, sureste de Tesalia-, y de la ninfa marina Tetis, hija de Nereo.[12]
Con este factor ya cumple con una de las notas salientes de las figuras heroicas griegas: es un hemítheoi, mitad mortal –por su padre Peleo- y mitad divino –por su madre Tetis. Así, si bien era superior a común de los mortales, al igual que éstos la inmortalidad le estaba vedada, como consecuencia –justamente- de la porción humana de su naturaleza: en tal aspecto difiere de los dioses, que son inmortales.
Más tarde, Peleo entregó su hijo al centauro Quirón[16] -cuya morada se hallaba en el monte Pelión- para que se encargara de su educación. El centauro alimentó a Aquiles con médulas de jabalíes y osos y entrañas de león, para aumentar su valentía. Asimismo, le enseñó el tiro con arco, el arte de la elocuencia y la curación de las heridas: a los seis años, Aquiles blandía la jabalina y cazaba sin ayuda de perros, provocando gran admiración en Artemisa y Atenea. La musa Calíope, por su parte, lo instruyó en el arte del canto.
“Ya sé que mi destino es perecer aquí [en Troya], lejos de mi padre y de mi madre”.[19]
La respuesta dada p Aquiles a este dilema es una nuestra más de su carácter heroico: elige combatir en Troya. Así, su grandeza no radica únicamente en su origen semidivino, sino también en conocer la disposición del Hado y enfrentarse “cara a cara” con ella. Es consciente de los que le espera, lo acepta, y ello, en sí, lo engrandece:
“[...] me aguardan la muerte y el hado cruel. Vendrá una mañana, una tarde o u mediodía en que alguien me quitará la vida en el combate, hiriéndome con la lanza o con una flecha despedida por el arco”.[20]
“Así yo [...] yaceré en la tumba cuando muera; más ahora ganaré gloria y fama [...]”.[22]
“Y el Pelida deseba alcanzar gloria y tenía las manos manchadas de sangre y polvo”.[23]
“Y Aquileo los perseguía [a los teucros] impetuosamente con la lanza, teniendo el corazón poseído de violenta rabia y deseando alcanzar gloria”.[24]
“El divino Aquileo hacía con la cabeza señales negativas a los guerreros, no permitiéndoles disparar luctuosas flechas contra Héctor: no fuera que alguien alcanzara la gloria de herir al caudillo y él llegara segundo a la matanza”.[25]
“¡Oh Aquileo! Superior a los demás hombres, lo mismo en el valor que en la comisión de acciones nefandas; porque los propios dioses te prestan constantemente su auxilio”.[27]
II.3. El héroe trágico.
“Estamos hechos para concebir lo inconcebible y soportar lo insoportable. Eso es lo que hace nuestra vida tan dolorosa y al tiempo tan inagotablemente rica.”
Arthur Schnitzler.
El héroe trágico choca contra un obstáculo que parece –y es- insalvable: lucha contra un poder velado de misterio, el destino, que, con o sin razón, aplasta casi siempre al que lo enfrenta. André Bonnard sugiere:
“Los hombres empeñados en esta lucha [contra el destino] no son ‘santos’, aunque confían en un dios justo. Cometen errores, y la pasión los extravía, son arrebatados y violentos, pero tienen grandes virtudes humanas. Hay en todos coraje, en algunos amor a la patria, o a la humanidad, en muchos amor a la justicia, y voluntad de servirla. Todos, en fin, tienen la pasión de la grandeza”.[33]
El héroe trágico combate contra los diversos obstáculos que se oponen a la actividad del hombre, y que estorban la libre expansión de su personalidad. Lucha para que no se cometa una injusticia, para que no ocurra una muerta, para que se castigue un crimen, para que los principios jurídicos prevalezcan sobre la ley del más fuerte, para que el misterio deje de ser misterio y sea justicia, para que la libertad de los dioses no lesiones al menos la libertad humana. En resumen, lucha para que el mundo sea mejor.
Cierta contradicción intrínseca inspira la lucha del héroe trágico: sabe que los obstáculos que se oponen a su acción son insuperables, y sabe, al mismo tiempo, que constituye un deber para él superarlos, si es que quiere, en verdad, lograr su plenitud y cumplir su vocación de grandeza. Sabe también que debe hacer todo ello por los demás, sin ofender la susceptibilidad de los dioses (némesis), y sin caer en hýbris.
prototipo del héroe trágico.
“[...] ¿quién más triste que tú podría oír llamar? ¿Quién por más salvaje ceguera se halla en el dolor, por un cambio de vida: quién?”
Coro, en Edipo Rey.
Edipo era hijo de Layo, rey de Tebas, de la dinastía de los Labdácidas,[34] y de Yocasta,[35] hija de Meneceo.
El mito revela –en relación con el pathos de este héroe trágico-que Edipo nación sellado por una maldición. Este anatema tenía su génesis en una acción de layo, cometida priori de la existencia de Edipo. Parece que Layo huyó de Tebas durante su juventud, dado que el reino había sido usurpado tras la muerte de Lábdaco. Se refugió luego en la corte de Pélope[36], donde concibió una pasión amorosa por Prísipo,elijo menor del rey, al que raptó sodomizó.[37] Pélope maldijo al corruptor de su hijo, deseándole que jamás tuviera hijos.[38]
Cuando murieron los usurpadores del poder de Tebas, Layo regresó a la ciudad y ocupó el trono, casándose con Yocasta. En apariencia, la maldición de Pélope se cumplió, dado que el matrimonio fue estéril durante un largo tiempo. Por ello, los esposos se dirigieron a consultar el oráculo de Delfos, donde la Pitia les hizo una terrible revelación: si llegaban a tener un hijo, este mataría a Layo. A este oráculo refiere Yocasta en Edipo Rey:
Edipo creció. Siendo joven, se vio atosigado por las burlas que se le hacían por ser hijo de padres desconocidos. Agobiado por esto, se encaminó hacia Delfos a consultar el oráculo. Él mismo manifiesta la respuesta que obtiene en Delfos y cómo actúa producto de ella:
Pero aquí surge una de las pecuaridades que hacen de Edipo un héroe trágico por excelencia: la inexorabilidad del destino, la infabilidad de las disposiciones de los Hados. Al huir de Corinto, lejos de los que él suponía sus padres biológicos, tomó la dirección contraria y se encaminó hacia Tebas.
“[...] Edipo, que, llegado a esta ciudad, al punto la libraste del tributo que venía pagando a la dura cantora [...]”.[43]
Ø En principio, su inteligencia superior, que le posibilitó solucionar el enigma planteado por la esfinge.
Ø Luego, la recompensa que obtuvo por la victoria ante la esfinge: casarse con Yocasta y alcanzar el reino.[45]
Ø También, la imposibilidad que tuvo Edipo para evitar el cumplimiento del oráculo: al casarse con su madre verdadera (Yocasta) el Hado lo abatió casi por completo.
Ø Asimismo, su habilidad para descifrar el acertijo de la esfinge, la reina como premio, el trono de Tebas, despertaron el phtnónos theôn (“la envidia de los dioses”), que, en cierto modo, aceleró el final de Edipo, puesto que ella conllevaba, siempre, un castigo.
Ø Por último, resulta imperioso manifestar que, según Bauzá, “el parricidio y el incesto –según el imaginario fantástico de los antiguos- pasaban por ser acciones vituperables desde el punto de vista de lo humano, pero lícitas en el ámbito de los dioses con lo que Edipo, al cometerlas, no habría hecho otra cosa que poner de manifiesto el aspecto divino de su naturaleza”. Este componente divino de la personalidad de Edipo, se encuentra en correspondencia con la calidad de hemítheoi de que disponían todos los héroes, como ya se vio. Este punto se vincula con la genealogía de Edipo, que si bien es bastante difusa, posee una conexión con la estirpe de los inmortales.
“¡Qué desconcierto, qué agitación en lo más hondo se acaba de apoderar de mí, después de oírte!”[50]
[Edipo, a sí mismo]
“¡Ay de mí, desgraciado! Me parece que las terribles imprecaciones de hace un rato las lancé, sin saberlo, contra mí mismo”.[51]
[Edipo, señalándose a sí mismo]
“Y, si este desconocido tiene algún parentesco con Layo, ¿qué hombre hay más mísero que éste en estos momentos? ¿Podría haber hombre más aborrecido por los dioses?”[52]
Luego de su agnórisis, reflejada en el pasaje consignado a continuación:
Después de tomar conocimiento cabal acerca de su situación, Edipo se impone él mismo, como castigo por su ignorancia anterior, la ceguera, arrancándose los ojos, incrementando más aún su pathos.
“[...] no hay hombre que capaz fuera de forzar a los dioses en algo que no quieran”.[54]
Hasta aquí llega el drama sofocleo. Pero el mito propone que después del suicidio de Yocasta, Edipo es desterrado de Tebas, y empieza una vida errante, acompañado sólo por su hija Antígona.[55] Aparentemente, se dsencadenan ciertas transformaciones a nivel espiritual o psíquico en Edipo (methânoia) y termina convirtiéndose en sabio o adivino. Al cabo de penosas marchas, Edipo llega al Ática y muere en Colona. Su muerte se produjo envuelta en un halo de misterio: solo y sin guía, se adentro en un bosque y desapareció. Este hecho suele tomarse como una suerte de apoteosis o transfiguración de Edipo, convocado por alguna divinidad y aceptado como uno más en el reino de los Inmortales. Parece que Nietzsche tenía estaba en lo cierto: “Los hombres de más espíritu, suponiendo que sean los más valerosos, viven también, desde hace mucho tiempo, las tragedias más dolorosas; pero precisamente por esto honran la vida, porque ésta se opone a ellos como gran adversaria”.
De lo analizado en el cuerpo de este ensayo, entonces, se deduce que las figuras de Aquiles y Edipo presentan ciertas similitudes en cuanto a sus rasgos caracterológicos: los dos siguen un camino que va desde la hamartía, pasa por la hýbris, la mênis y el pathos, y concluye con una methânoia que conlleva una ulterior y postrera apoteosis. Hasta podría señalarse , en base a esto, que sus periplos son estructuralmente análogos. Ello encuentra su exégesis en el hecho de que, conforme a lo que apunta Bauzá, “este relato mítico -al igual que todo los mitos- [...] está construido sobre la base de motivos o patrones precisos y recurrentes”.[56] Constituyen, ostensiblemente, “esquemas inmemoriales”, en concordancia con lo que plantea Mann.
No obstante, Aquiles y Edipo son visceralmente desemejantes. La diferencia básica entre estos dos personajes “tipo” es su reacción ante la vida: el héroe épico –Aquiles- no tiene fisuras ni contradicciones: está resuelto a alcanzar gloria y fama, a ser el mejor en la batalla, a ser inmortal, en el sentido lato de la palabra, y lo logra; sabe quién es y lo que quiere; el héroe trágico –Edipo- se basa en la contradicción: comienza siendo un rey amante de su pueblo y respetado por él, y termina con un destino miserable. El héroe épico es, por su nacimiento o por su situación de vida, un ser que se aleja de los hombres para acercarse a los dioses. El héroe trágico es, por encima de todo, un hombre, con sus defectos y sus virtudes, pero un hombre al fin.
Si se conviene con Dodds, puede decirse que mientras que Aquiles pertenece a una cultura de la vergüenza –puesto que no recibe castigo por su hamartía, y es un héroe del kleos, de “lo aparente”-, Edipo se halla sumido en un cultura de culpabilidad –es un héroe del pathos, de “lo auténtico”, recibe un castigo de los dioses y por su sentimiento de culpa se arranca los ojos.
De lo anterior se entiende que las configuraciones particulares de ambos héroes son el resultado de algunas modificaciones en la cosmovisión del hombre griego. Al fin y al cabo. El mismo Bauzá explica también que el relato del héroe “no constituye un estructura cerrada, sino abierta y en perpetua metamorfosis [...]”.[57]
En la Ilíada, Aquiles dice: “¿No ves cuan gallardo y alto de cuerpo soy yo, a quien engendró un padre ilustre y dio a luz una diosa?”. En Edipo rey, Edipo exclama: “[...] a mí me odian los dioses”. He ahí la disparidad esencial entre ambos héroes.
Para finalizar, es imperioso expresar que, sin duda, no está todo dicho con respecto a este tópico, más todavía si se tiene en cuenta que se encuentra directamente conectado con algo tan inestable, impredecible y, por ende, inabarcable, como es la naturaleza humana. Además, en el transcurso de la elaboración del ensayo surgieron nuevos interrogantes dignos de ser estudiados en el futuro. Este constituye nada más que un esbozo para intentar elucidar la estructura y la semántica intrincada de las figuras heroicas épica y trágica. Empero, puede servir, como disparador de esos trabajos en ciernes.
Bibliografía
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[1] BAUZÁ, Hugo Francisco. (1998). El mito del héroe; Morfología y semántica de la figura heroica. Buenos Aires Fondo de Cultura Económica (F.C.E.). P.
[2] Erwin Rohde: (Hamburgo, 1845 - Heidelberg, 1898) Helenista alemán. Alumno de F.W. Ritschl y amigo de F. Nietzsche, es autor de dos obras fundamentales para el estudio de la civilización y la literatura griegas: La novela griega y sus precursores (1876) y Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos (1890-1894).
[3] En su Manual de Historia y Cultura de la Grecia Antigua (Plus Ultra, Bs. As., 1979), Nelly López de Hernández, al referirse a las costumbres funerarias durante el período creto-micénico, expone que los antiguos dueños de los palacios, designados con el nombre cretense de heros (posiblemente “señor”) recibían un culto especial, como antepasados de las familias reinantes. Así nació, según parece, el culto de los héroes, que continuó más allá de las invasiones dorias.
[4] En su Manual de Historia..., López de Hernández comenta que ya desde la época micénica los hemítheoi adquirieron el carácter de potencias sobrenaturales, intermediarias entre los dioses y los hombres (P. 39).
[5] HOMERO, Ilíada, XII, 15-20.
[6] Los veintidós motivos se adjuntan en el anexo del trabajo que nos ocupa.
[7] BAUZÁ, Hugo Francisco. Op. Cit. P. 26. Nótese aquí que también por el tipo de culto, los dioses guardan distancia respecto de los dioses.
[8] Cfr. la nékya o evocación de difuntos que lleva a cabo Odiseo en el canto XI de la Odisea.
[9] En un principio, entonces, la areté se demostraba físicamente. Más tarde se consideró la espiritualidad.
[10] Bauzá propone que el héroe es un “ser singular, valorado por el móvil ético de su acción, orientada siempre a construir un mundo mejor, esfuerzo que a veces resulta utópico”.
[11] Véase, a este respecto: HAUSER, Arnold. (1980). Historia social de la literatura y el arte. Barcelona. Ed. Guadarrama. Cap. III: Grecia y Roma. 1: La Edad Heroica y la Edad Homérica.
[12] Zeus y Poseidón se habían disputado la mano de Tetis hasta que Prometeo, dios del fuego, reveló que si alguno de ellos se casaba con ella, engendraría un hijo más grande que su padre.
[13] HOMERO. (2004). La Ilíada. Buenos Aires. Ediciones Gradifco: Colección Roble/Plus. Traducción, estudio y notas de Sergio Albano. Canto XXI, v.v. 186-190.
[14] En una versión anterior y menos popular de la historia, Tetis ungía al niño con ambrosía, el néctar de los dioses, y lo ponía al fuego del hogar para quemar las partes mortales de su cuerpo. Fue interrumpida en estos quehaceres por Peleo, que arrancó con violencia al niño de sus manos y éste quedó con un talón carbonizado. Tetis, enfurecida, abandonó a ambos. Peleo sustituyó el talón quemado de Aquiles por la taba del gigante Dámiso, célebre por su velocidad en la carrera. De ahí que se nombrara a Aquiles como “el de los pies ligeros o alados” o“veloz en la carrera”.
[15] HOMERO. Op. Cit. XXI, 162-167.
[16] Peleo entregó a Aquiles junto con Patroclo.
[17] HOMERO. Op. Cit. IX, 407-412.
[18] HOMERO. Op. Cit. IX, 407-412.
[19] HOMERO. Op. Cit. XIX, 421-422.
[20] HOMERO. Op. Cit. XXI, 107-110.
[21] HOMERO. Op. Cit. XVIII, 458-459. Hefesto no fabricó la lanaza de Aquiles, puesto que no había sido entregada por el héroe a Aquiles. Esto debió ser así por el origen y las propiedades particulares de dicha arma.
[22] HOMERO. Op. Cit. XVIII, 113-115.
[23] HOMERO. Op. Cit. XX, 501-502.
[24] HOMERO. Op. Cit. XXI, 541-542.
[25] HOMERO. Op. Cit. XXII, 205-208.
[26] HOMERO. Op. Cit. XVI, 21-22.
[27] HOMERO. Op. Cit. XXI, 214-216.
[28] HOMERO. Op. Cit. I, 1-3.
[29] HOMERO. Op. Cit. XXIV, 42-44.
[30] HOMERO. Op. Cit. XXIV, 560-561.
[31] HOMERO. Op. Cit. XIX, 65-66.
[32] Como había predicho Héctor con su último aliento, quien dijo a Aquiles, en la Ilíada: “Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que Paris y Febo Apolo te harán perecer, no obstante tu valor, en las pertas Esceas”. (XXII, 357-359).
[33] BONNARD, André. (1970). Civilización Griega; De la Ilíada al Partenón. Buenos Aires. Sudamericana.
[34] Los Labdácidas eran “los hijos de Lábdaco”. Cadmo y Harmonía (hija de Ares y Afrodita) tienen varios hijos, como Sémele, la madre de Dioniso, y, sobre todo, Polidoro (polÚj = mucho y dîron = regalos). De Polidoro nace Lábdaco (“el de las piernas desiguales”, como la letra lambda (λ), es decir, "el cojo") y de él nacería Layo (l£ioj, "el zurdo" o "el torcido, el de conducta desviada").
[35] La versión homérica del mito de Edipo cambia el nombre de Yocasta ('Ioc£sth = “la que es famosa por su hijo") por el de Epicasta. Lo refiere Odiseo en su pseudo-katábasis: “También ví a la madre de Edipo, la hermosa Epicasta [...]” (Odisea, XI, 271).
[36] En la península a la que dio nombre, el Peloponeso.
[37] En cuanto a esta cuestión, cabe tener en cuenta que para los griegos Layo había sido el “inventor” de la homosexualidad masculina.
[38] Considérese que esta es nada más que una síntesis del mito, realizada con fines aclaratorios. Para acceder a una versión más acabada, puede consultarse cualquier diccionario mitológico.
[39] SÓFOCLES. (2004). Edipo Rey – Electra. Versiones completas. Buenos Aires. Longseller: Colección Clásicos de siempre. Joyas del Teatro. P.40.
[40] En otras versiones, el niño es abandonado en la montaña citada, o es puesto dentro de un cesto y lanzado al mar, y rescatado por pastores corintios, en el primer caso, o por la reina Peribea, en el segundo.
[41] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 50.
[42] Nótese el motivo de los pies: cuando nace Edipo, es mancillado por los pies, luego son aplastados por el carro.... El padre adoptivo del héroe, Pólibo (polÚj = mucho y boàj = buey), al ver el estado de sus pies, le puso como nombre Edipo (odšw = hinchar y poÚj, podÒj = pie).
[43] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 16.
[44] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 29.
[45] Es recomendable observar los motivos propuestos por Raglan, para notar el modo en que varios de ellos se cumplen en el caso de Edipo.
[46] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 27.
[47] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 28.
[48] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 39.
[49] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 16.
[50] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 41.
[51] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 41.
[52] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 44.
[53] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 57.
[54] SÓFOCLES. Op. Cit. P. 24.
[55] Todos los hijos de Edipo –Etéocles (etšoj = bueno y klšoj = fama), Polinices (polÚj = mucho y ne‹koj = disputa), Antígona (¢nt… = en frente, en contra y gon» = nacida) e Ismena- soportaron un fin trágico, por el hecho de pertenecer a la estirpe de los Labdácidas.
[56] BAUZÁ, Hugo Francisco. Op. Cit. P. 4.
[57] BAUZÁ, Hugo Francisco. Op. Cit. P. 4.
*Pablo Garrido es alumno de 4 Año en el Profesorado en Lengua y literatura para E.G.B. 3 y Polimodal, Instituto de Nivel Terciario, Villa Angela, Chaco.(Trabajo presentado en el 2005)